8/4/10

Pues aquí estamos -el combo del lado de acá-

Jaaaaaaaa
En relación con el post de ayer donde Franklincito Aguirre llama a sus partners a exponer en nadamás y nadamenos que la galería la cometa (¡ala carachas!), pues hay noticias del lado de acá, de los que no somos ESO... se trata de una colega (junto a un grupo de colegas), no somos amiguis (por lo menos aún no), no nos conocemos (por lo menos en este universo), pero nos ata lo mismo: estudiamos la misma vaina. Me alegra saber que ya mis colegas de LEA aparecen en las noticias y la prensa ¡carajo! Y este caso es un ejemplo de que no debemos ser los amiguitos de Franklin o de cualquier rosca antipática de artistas para mostrar nuestras obras, y sobretodo para intervenir en esta sociedad, generar proceso de reflexión y sensibilización, etc. Ese si es un gran caso de anarquismo pitufesco. Ojalá seamos más. Vivan los parceros de LEA He aquí la nota:

Joven bogotana se roba las miradas cuando se convierte en una estatua desnuda

La carrera séptima se ha convertido en el lugar de estudio de su proyecto de grado.


"Ella me recuerda cuando yo era gamín. Allí, me bañaba y me la pasaba echando chorro", gritó un habitante de la calle al asociar el cuerpo de la joven, de 30 años, con el de La Rebeca, una escultura de 1926 y que reposa en la carrera 13 con calle 26.

La idea de despojarse de la ropa y de convertirse, por algunos minutos, en un monumento de carne y hueso nace de un trabajo de investigación que adelanta junto con dos compañeros en la Universidad Distrital, donde estudia licenciatura en educación artística.

"El semestre pasado nos tocó hacer un seguimiento a un monumento público. No queríamos un prócer, así que elegimos La Rebeca", dice la joven y reconoce que fue tanto el interés que despertó la escultura, que se convirtió en su trabajo de grado, una investigación del cuerpo en el espacio público.

"Cuando uno hace cosas de estas en la calle, la gente se educa, no digo que cambiemos el mundo, pero pequeñas cosas como estas, desde el arte, generan un cambio: el de no ver el desnudo como un tabú en pleno siglo XXI, confiesa Angela María, quien vive en Suba con su hija de 12 años.

Esa es la motivación que hace que salga todos los fines de semana de su casa con un tarro de pintura, una toalla, unas bolsas, cremas de maquilladores y una muda de ropa para encontrarse con Paola y Elkin, en frente del edificio de Avianca.
Ellos son dos compañeros que la acompañan en la investigación.

Escondida detrás de un muro, ella empieza a desvestirse de abajo arriba. Los curiosos se acercan para ver qué está pasando. Sin embargo, Elkin impide cualquier acercamiento. Mientras la joven se desnuda, se pinta el cuerpo y se transforma en La Rebeca, él alista una cámara fotográfica análoga con la que graba, con una foto, la reacción de la gente que transita por el lugar. Los hombres la miran con morbo, las mujeres se identifican con ella y los niños, con su inocencia, se sorprenden de verla.

La gente les da monedas. Piensan que esa es su forma de sustento. Ellos callan y aceptan; por dentro saben que es una ayuda para pagar el transporte y la pintura. Además, todo lo que la gente hace o dice es parte de la investigación.

Al caer la tarde, La Rebeca se convierte de nuevo en Ángela María, la joven cuyos padres la apoyan desde lejos, pues viven en Mosquera. "Le oculté por mucho tiempo a mi mamá lo que hacía.
Pero la semana pasada viajé al pueblo y le mostré las fotos. Ella se sorprendió de ver el rostro de tranquilidad y confianza que reflejo", cuenta Ángela María mientras con una toalla retira la pintura de su rostro. Los ojos le lloran vencidos ante tanto maquillaje.

Cuando toda la pintura ha caído de su cuerpo, salen del lugar, toman un bus y regresan a casa. Allí, analizan las opiniones de la gente, como la del muchacho que gritó: "Esta es la Rebeca verdadera, de carne y hueso".

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